Más de un tercio de la humanidad no puede ver la Vía Láctea debido a
la contaminación lumínica, y una nueva generación de bombillas
eficientes podría hacer que el problema sea mucho peor.
“Encender una vela es proyectar una sombra”. Así escribió Ursula K.
Le Guin en su novela de fantasía para adultos jóvenes “Un mago de
Terramar”, en 1968. La observación poética de Le Guin se refería a las
ambigüedades morales de la magia, pero también describe con elocuencia
la centenaria búsqueda tecnológica por desterrar la oscuridad y uno de
sus mayores avances: la invención de la bombilla eléctrica.
Es innegable que la luz eléctrica tiene lados brillantes. Es difícil
trabajar, viajar o leer en la oscuridad, pero con solo levantar el
interruptor el problema desaparece. Las ventajas económicas son tan
profundas que se pueden ver sus efectos desde el espacio profundo, en
las resplandecientes redes de luces nocturnas que delinean nuestra
floreciente civilización global.
Pero nuestro amor moderno por las noches llenas de luz también
proyecta una larga sombra, desperdiciando energía, perturbando los
ecosistemas, y en algunos casos dañando la salud humana. Y como se
detalla en el nuevo Atlas Mundial del Brillo Artificial del Cielo
Nocturno presentado el viernes, las mismas luces que adornan nuestro
planeta y revelan nuestra presencia en el universo también están
sofocando nuestra visión de las estrellas. El Atlas fue publicado en Science Advances.
De acuerdo con el atlas, que fue elaborado mediante el análisis de
decenas de miles de imágenes en alta resolución de luces nocturnas en la
Tierra tomadas desde el satélite Suomi National Polar-orbiting
Partnership (Asociación Nacional de Órbita Polar, en español, también
llamado Suomi PNP) de NOAA y la NASA, aproximadamente una de cada tres
personas en la Tierra no puede ver la Vía Láctea cuando miran hacia el
cielo nocturno. Para los estadounidenses, el porcentaje es mayor: La
contaminación lumínica impide que cuatro de cada cinco personas puedan
ver la galaxia en la que vivimos como un río transparente que se dibuja
en forma de arco sobre nuestras cabezas. Quienes viven en países con una
particular contaminación lumínica, como Singapur, Corea del Sur y
Qatar, apenas si quiera pueden ver las estrellas, y en lugar de eso
pasan sus noches en un perpetuo “crepúsculo artificial”. Afuera del
relativamente inhóspito mar abierto y los desiertos polares, la fracción
del planeta habitado que tiene cielos naturalmente oscuros se limita a
lugares poco conocidos como Chad, Papua Nueva Guinea y Madagascar, y es
cada vez menor.
“Hace veinte años, la contaminación lumínica podía ser considerada
sólo un problema para los astrónomos”, dice el autor principal Fabio
Falchi, profesor de física de la escuela secundaria en Thiene, Italia,
que comenzó a preocuparse por la creciente amenaza de la contaminación
lumínica en la década de 1990, después de que empezara a interferir con
su afición a la astronomía amateur. “Pero fundamentalmente, la vida ha
evolucionado durante millones de años con la mitad del tiempo en la
oscuridad y la mitad del tiempo con luz, y ahora hemos envuelto nuestro
planeta en una niebla luminosa. La contaminación lumínica se ha
convertido en un verdadero problema ambiental a escala global”.
“Un cielo estrellado es algo que toca tu alma”, añade Falchi. “La
religión, la filosofía, la ciencia, el arte y la literatura de nuestra
civilización, todo tiene raíces en nuestras ideas de los cielos, y ahora
estamos perdiendo esto con consecuencias que no conocemos totalmente.
¿Qué pasará cuando no podamos inspirarnos en el cielo nocturno?”
Más allá de los inconvenientes obvios de la contaminación lumínica
—como los enojados astrónomos o las crías de tortugas marinas y aves
migratorias que pierden su camino debido a las luces brillantes—, la
mayor parte de sus efectos relacionados son sorprendentemente difíciles
de cuantificar. Los investigadores aún carecen de conocimientos
profundos sobre las complejas relaciones entre muchos depredadores
nocturnos y sus presas, y mucho menos la forma en que los afectan los
cambiantes niveles de luz artificial. Para los seres humanos, los
efectos son igualmente confusos.
En base a varios estudios epidemiológicos, la Organización Mundial de
la Salud en 2007 y la Asociación Médica de Estados Unidos en 2012
advirtieron que la prolongada exposición a la luz nocturna aumenta el
riesgo de ciertos tipos de cáncer, probablemente a través de
alteraciones de los ritmos circadianos y los niveles hormonales
asociados. Aun así, la mayoría de estos estudios no distingue entre la
exposición a fuentes al aire libre, como farolas del alumbrado público,
y las de interior, como las pantallas de los televisores y teléfonos
inteligentes.
Sin embargo, la dificultad más fundamental ha sido que nadie sabe
exactamente qué tan grave es el problema. Los niveles totales de
iluminación nocturna son fáciles de calcular a partir de imágenes de
satélite —los científicos lo han hecho durante décadas—, pero la
determinación de qué cantidad de “resplandor” generan todas esas luces a
medida que se dispersa a través de la atmósfera de la Tierra es una
tarea espinosa. Falchi y sus colegas obtuvieron sus estimaciones de
contaminación lumínica mediante la ejecución de datos del satélite Suomi
PNP través de un modelo atmosférico que calcula el resplandor en el
cenit (directamente sobre la cabeza) en un cielo sin nubes. Luego, los
expertos compararon y ajustaron aún más estos resultados con mediciones
reales de brillo del cielo tomadas de varios sitios de cielos claros en
la Tierra. El umbral de modelo para la contaminación lumínica
significativa fue cuando el cielo nocturno directamente sobre nuestras
cabezas fue calculado para convertirse en solo un 1 por ciento más
brillante que su estado natural de negro tinta.
De acuerdo con el coautor del estudio Dan Duriscoe, científico del
Servicio de Parques Nacionales de EE.UU., que suministró muchas de las
mediciones de brillo del cielo, un cambio del 1 por ciento en el brillo
en el cenit es mucho más importante de lo que puede parecer, en parte
porque se piensa que bastante más de la mitad de las especies de la
Tierra son nocturnas. “Un lugar que tenga un brillo del cielo sólo 1 por
ciento por encima del cenit natural, posiblemente tiene mucho más
resplandor cerca del horizonte, porque es probable que esté en una
situación en la que se encuentra dentro de la cúpula de luz de otra cosa
a de cientos de kilómetros de distancia”, dice Duriscoe. “Esa es la
fortaleza del modelo, pues permite la predicción de las amenazas de la
contaminación lumínica de ciudades distantes, ahora y en el futuro. A
medida que las poblaciones crecen y se propagan, se va a ser más difícil
encontrar zonas sin evidencia de luz artificial”.
Asimismo, los efectos de las nubes pueden amplificar en gran medida
incluso pequeños niveles de contaminación lumínica. Por esa razón, dice
Travis Longcore, ecologista urbano de la Universidad del Sur de
California Dornsife, que no participó en el estudio, el nuevo atlas solo
proporciona una línea de base mínima para lo que probablemente sean
niveles mucho mayores de contaminación lumínica. “Usted puede tener 10
veces más luz que venga desde abajo de un cielo nublado .... Los lugares
donde el atlas muestra una base de referencia de brillo de cielo
despejado equivalente al atardecer o a una luna mitad iluminada
probablemente sean excluidos como hábitat para especies especialistas
que necesitan una real protección de la oscuridad para sobrevivir y
prosperar”.
Para los seres humanos, las reflexiones más preocupantes que revela
el atlas son los efectos del actual cambio a diodos emisores de luz
—LED— como fuentes de luz al aire libre en detrimento de la antigua
iluminación incandescente. Las luces LED son mucho más eficientes
energéticamente, durables y ajustables dinámicamente en comparación con
las bombillas incandescentes, y tanto EEUU como muchos otros países
están incentivando agresivamente su uso. Sin embargo, las LEDs más
económicas brillan más fuerte en duras tonalidades blanco azuladas.
Debido a que la atmósfera terrestre dispersa preferentemente la luz azul
(como prueba, simplemente mire hacia arriba en un cielo iluminado por
el sol), el modelo de Falchi sugiere que una conversión a gran escala a
la iluminación LEDs barata de color blanco azulado para la iluminación
al aire libre podría aumentar sustancialmente el resplandor, incluso si
la cantidad total de luz emitida se mantiene constante. Además de ser
estéticamente poco atractivas para muchas personas, existe la
preocupación de que la luz LED blanca azulada también pueda ser
peligrosa. Los seres humanos tienen máxima sensibilidad visual a las
partes amarillas y verdes del espectro visible, dice George Brainard,
fotobiólogo en la Universidad Thomas Jefferson que no participó en el
estudio de Falchi.
Pero es la luz blanco azulada —exactamente del tipo más generado por
LEDs baratas— la que domina la regulación de los ritmos circadianos
humanos y otros ciclos biológicos importantes, dice Brainard. “La
adopción a gran escala de LEDs va a lograr un gran ahorro de energía, lo
cual es algo bueno”, dice Brainard. “La pregunta es: esos grandes
ahorros de energía, ¿comprometer la salud humana y los ecosistemas?”
El mayor valor del estudio de Falchi y sus colegas pueden ser las
líneas de base que establece para los debates políticos sobre la
contaminación lumínica y sus cambios asociados en el nivel de
iluminación nocturna. El hallazgo del atlas sobre los efectos
perniciosos del resplandor blanco azulado de las luces LED, dice
Longcore, “es un mensaje de que incentivar la conversión a estas LED
baratas es un error político colosal”.
“Si yo, como profesor universitario, me acercara a mi junta de
revisión institucional y dijera que quiero experimentar en poblaciones
enteras mediante la introducción de longitudes de onda de luz más
asociadas con efectos biológicos y ecológicos perjudiciales, ellos me
sacarían por la puerta, a la calle y fuera de mi oficina”, dice
Longcore. “Afortunadamente, ahora podemos utilizar LEDs de colores mucho
más cálidos, que eliminan el pico azul en el espectro, que es muy
dañino porque se dispersa mucho en la atmósfera de la Tierra”.
Además de usar preferentemente las luces LED de colores más cálidos,
los autores del estudio dicen que la pérdida de cielos estrellados
debido a la contaminación lumínica puede ser prevenida o revertida con
regulaciones más estrictas sobre las luces artificiales, así como la
llegada de los autos sin conductor, que requieren menos iluminación de
la calle. Hay, sin embargo, una solución aún más simple.
“Me gusta decirle a la gente que lo lindo de la iluminación al aire
libre es que su impacto ambiental puede eliminarse al instante”, dice
Duriscoe. “Todo lo que tienen que hacer es apagar las luces”.
Fuente de información: http://www.scientificamerican.com/ - http://www.livescience.com/
Fuente de información: http://www.scientificamerican.com/ - http://www.livescience.com/
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